En 1998, el aeropuerto de Hong Kong se sustituiría por otro nuevo. En el curso de este proyecto de construcción, se sacó a concurso el equipamiento de todas las terminales con carros portaequipaje móviles: una gran oportunidad para que Wanzl pusiera otro pie en Asia. Wanzl consiguió una cita para presentarse ante los diseñadores del aeropuerto y Gottfried Wanzl, siguiendo el principio «No confíes en nadie excepto en ti mismo», decidió llevar consigo en el viaje un prototipo del carro portaequipaje como equipaje voluminoso. Dicho y hecho: él y su director comercial entregaron la crucial pieza de equipaje bajo las miradas incrédulas del personal de servicio del mostrador de facturación. Como en Hong Kong no se encuentra fácilmente un taxi que tenga suficiente espacio para un carro portaequipaje, se anunciaba una caminata hasta el atracadero del transbordador que los llevaría a la isla de Hong Kong, ¡con 42 grados a la sombra y una humedad de casi el 100 %!
Sudando, el equipo de Wanzl custodiaba su prototipo en el transbordador, que había sobrevivido al viaje hasta ahora. No obstante, nadie podía pensar que poco después la prueba de fuego sería aún más intensa. ¿Y por qué? Con las prisas habían tomado el transbordador equivocado, que los llevaba aún más lejos de su destino, ¡y la hora de la reunión se acercaba! «Nos podemos olvidar del taxi, ¡vamos andando!». Allí estaban dos hombres en traje corriendo y empujando un carro portaequipaje por las agitadas calles y caminos, pasando entre comerciantes, mascotas que iban sueltas y gente ajetreada. Sin aliento y bañados en sudor, la pareja de corredores llegó puntual a su destino. Aliviados, empujaron el carro portaequipaje hasta la sala de conferencias. El equipaje voluminoso con ruedas en manos del jefe júnior causó una duradera impresión: dos años después de la reunión, Wanzl consiguió un encargo de 9000 carros portaequipaje para el nuevo aeropuerto de Hong Kong, que hoy en día es el mayor aeropuerto de carga y el octavo aeropuerto de pasajeros más grande del mundo.