En 1951, volar era todavía una aventura, sobre todo si se trataba de largos trayectos cruzando el Atlántico. Los grandes motores no se pasaban por alto en la cabina, sus vibraciones eran un acompañante constante de los pasajeros, que se distribuían en asientos generosamente proporcionados y se pasaban el largo vuelo comiendo, bebiendo, fumando y leyendo. Solo uno de los pasajeros, que se sentaba al lado de una ventanilla detrás de las alas, se negaba a surcar las nubes de brazos cruzados. La cantidad de impresiones adquiridas en América le mantenían ocupado y liberaban ideas que tenía que plasmar en el papel.
Cogió su maletín de cuero, sacó un cuaderno grande y dibujó lo que le había inspirado la reunión con el precursor del autoservicio, Sylvan Goldman: el primer boceto de una cesta de mano colocada en un chasis, que más adelante adquiriría el melodioso nombre de «Concentra». Cuando el avión aterrizó en Fráncfort, Rudolf Wanzl ya había llevado al papel su innovadora idea, de la cual poco después solicitó la patente y de la que se pudieron producir miles de unidades en los años siguientes. Qué bien que en aquella época no pusieran ningún programa de entretenimiento en el avión, si no, quién sabe de qué película sería víctima la idea del primer carro de autoservicio...